Repite: El mundo está en paz y yo también

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martes, 23 de mayo de 2017

EL PODER EVOCADOR DE LA MÚSICA




Acompañando a personas con demencia senil, me di cuenta de que entre los recuerdos del pasado hay uno muy poderoso, es el recuerdo musical.


Con los ancianos con los que hice voluntariado, había que ver cómo se animaban con los boleros, yo iniciaba la canción y si veía que no era reconocida, pasaba a otro tema, entonces aparecía la pupila dilatada por la emoción y aquel anciano que permanecía estático en su mecedora mirando al jardín durante horas, recobraba no digo la memoria pero sí un punto de luz, salía de su apatía y comenzaba a seguir la letra con buena entonación.  Era todo un milagro, llegué a la conclusión de que además de alegría, les evitaba otros pensamientos menos gratos. Yo me sentía feliz de poder recuperar un pedazo de los recuerdos en aquella cabeza en vertiginoso deterioro.


Aquí me tienen acompañando a los mayores en bus.  ¿Acaso no hemos cantado más de una vez cuando vamos de excursión?

De manera intermitente venían a la mente de muchos de ellos, eslabones abiertos de una cadena que a veces no resultaba fácil interpretar. Pero lo que he podido comprobar en más de una ocasión es cómo la música, el recuerdo de un baile, los instrumentos, o la persona con la que se bailaba en locales y fiestas de juventud, estaban presentes con una nitidez asombrosa, aunque no recordaran lo que habían cenado ayer o tal vez, ni siquiera su nombre.



De repente te sorprendes tarareando una canción que hace muchísimo tiempo no habías oído, como si la tuvieras ahí, esperando la salida, y puede que te evoque, aquel momento en que ibas de viaje, aquella clase de gimnasia rítmica, aquel ensayo para cantar en el coro, la primera nana o el tentetieso colgado de tu cuna y todas ellas se asocian lo mismo que al buen olor del jabón de tocador o a los guisos de una madre.















Y no necesitaba saber por qué el apagado y el encendido del tejido cerebral no era uniforme y se activaba para proporcionar, una veces la nada y otras, recuerdos, emociones y una alegría poco habitual en esas edades y condiciones.  Aun con la memoria muerta, la música nos trae al presente, de golpe, el estado emocional de muchos años atrás, episodios con todos los detalles, quedando más que demostrados sus beneficios en la inteligencia, por eso mismo, hasta se dice que tocar el violín puede ser muy útil para el aprendizaje de los idiomas, es decir, que los sonidos que escuchamos influyen en el desarrollo intelectual.
La música ha ayudado a personas como a esos jóvenes que han vivido en la calle, a buscar una afición y alejarse de peor vida, y ya sea en el metro o en un conservatorio, es calmante remedio, integración, halago para el alma y puente en las relaciones humanas.



Se ha cantado en la iglesia y alrededor del fuego, hasta se han detenido batallas, llamamos música a un concierto sacro en la catedral y al himno de una nación antes de un encuentro deportivo.  En la actualidad hemos recuperado otro concepto cuando utilizamos la música para acompañar en la enfermedad (en la ansiedad, en la depresión, en educación especial, en Parkinson, en Alzheimer, o tras un ictus), porque con ella se puede recuperar el habla, el equilibrio al andar y la respiración abdominal.


Es posible que a todos no nos guste la misma pieza, pero nos devuelve el instante en que la oímos por primera vez y es tal la intensidad, que aparecen en ella lugares, momentos y personas, por eso la música nos une en un sentimiento de comunión, saca lo mejor de las personas, nos toca el corazón, así son los encuentros de folklore, mucho más que espectáculo y cultura, y por eso nos produce una carga emotiva, bien puede no ser siempre una emoción de entusiasmo, pero mayoritariamente suele conmover y no digamos a quienes llevan tiempo en soledad y tristeza, a esos mayores a quienes he visto palpitar tras las notas de un acorde.

(Estas fotografías las realicé en el mes de septiembre durante el festival internacional de folklore  celebrado en Zaragoza hace dos años)